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ALTAR COTIDIANO

 A veces hace falta una tragedia, en este caso una emergencia sanitaria mundial, para que el mundo vea la realidad de una forma nueva y creativa.  No hace falta describir la metamorfosis que atravesamos como humanidad, desde lo espiritual hasta lo material, para entender cómo esto puede afectar al trabajo de los artistas.  Con la experiencia de la introspección obligada y los nuevos modos en que habitamos nuestra vida, Rosario López Ercoli entiende al arte como un agente de transformación y aprehensión de su realidad circundante.

La apropiación del espacio cotidiano en su obra fue casi casual, cuando queda inmovilizada por un problema de salud y eso la lleva a repensar su trabajo. Es así como transforma lo invisible en algo trascendente y sensible: el jarrón de la tía Celia, la tele del living, la virgencita de la cocina, son apropiados por la artista y pasan a ser protagonistas de la serie Altar Cotidiano.  Esta inscripción en el mapa cotidiano delimita el desarrollo de su producción a un contexto intensamente marcado por la historia personal de Rosario, que desde la cama o la silla pinta una serie autorreferencial. Cada una de las piezas, seleccionadas por su peso emocional,  reúne un espectro dentro de su altar, compuesto por aperturas, autorretratos, retratos, objetos, paredes y fondos de su hogar.

Al abordar ese contexto, la artista plantea una posibilidad de reelaboración sobre cada una de esas piezas. Se trata de un territorio conocido, transitado por la rutina,  que aparece atravesado por un proceso de distanciamiento respecto de la cotidianidad. Una distancia impuesta por un nuevo modo de observar, de sentir y de entender tanto su propia obra como su realidad.  El resultado plantea una composición atrayente, provista de una atmósfera irreal, con planos superpuestos y con objetos a veces sin un apoyo aparente o inestables. La imagen se encuentra en tensión con la artista misma, atravesada por el vaivén entre la presencia y la ausencia de su cuerpo, sugerido por las medias, pantuflas y pies que tímidamente asoman en algunas pinturas.

Rosario hurga en esta trama afectiva, registrando casi con devoción tanto los objetos como los espacios (físicos y mentales) cotidianos. Bodegones y personas no dejan de ser como son, sino que pasan a ser como la pintora los percibe, al otorgarles otro espectro de importancia.  Los objetos pintados, lejos de ser su consuelo le dan el privilegio de su consagración. Rosario ve en el espacio de lo cotidiano un diálogo abierto entre su sacralidad íntima y  el arte de construir imágenes, al salvarlo del escondite de su hogar y activando su mundo imaginario.

 

Clara Ríos, mayo de 2022.

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